El estrés es una parte inevitable de la vida moderna. Desde las presiones del trabajo hasta las preocupaciones financieras y las relaciones personales, estamos constantemente expuestos a situaciones que activan nuestra respuesta al estrés.
Sin embargo, lo que muchos no saben es que esta respuesta, diseñada para protegernos de amenazas, también puede tener un impacto significativo en nuestra salud digestiva.
Nuestro estómago, un órgano complejo y vital, es altamente sensible a los cambios hormonales y neuroquímicos que se desencadenan por el estrés.
El impacto puede ir desde molestias menores como acidez estomacal hasta problemas más serios como la enfermedad por reflujo gastroesofágico (ERGE) o el síndrome de intestino irritable (SII).
En este artículo, exploraremos las formas específicas en que el estrés afecta nuestro estómago, desde los mecanismos fisiológicos hasta las consecuencias a largo plazo. Descubriremos cómo podemos identificar los síntomas, comprender las causas y, lo más importante, aprender estrategias para mitigar el impacto del estrés en nuestra salud digestiva.
1La conexión cerebro-intestino
La conexión entre el cerebro y el intestino es más estrecha de lo que pensamos. Ambos órganos están interconectados a través del sistema nervioso entérico, que se considera un «segundo cerebro», responsable de controlar la función digestiva.
Cuando experimentamos estrés, nuestro cerebro envía señales a través del sistema nervioso autónomo, que regula las funciones involuntarias del cuerpo. Estas señales activan la respuesta de «lucha o huida», liberando hormonas como la adrenalina y el cortisol.
El cortisol, conocido como la «hormona del estrés», juega un papel crucial en la salud digestiva. En niveles elevados, puede aumentar la acidez estomacal, reducir la producción de moco protector en el estómago y afectar la motilidad gastrointestinal, lo que lleva a problemas de indigestión, náuseas o diarrea.