La ansiedad es una respuesta fisiológica del cuerpo frente al estrés, un mecanismo de alerta que se activa como reacción ante situaciones percibidas como amenazantes. En el contexto de esta reacción natural, muchas personas encuentran en la alimentación un refugio para calmar esos nervios, aunque no siempre los alimentos elegidos son los más adecuados. El panorama alimenticio actual nos ofrece infinitas posibilidades, sin embargo, no todos los productos son beneficiosos para nuestra salud mental. En este viaje culinario que estamos a punto de emprender, descubriremos juntos qué alimentos ‘tranquilos’ podríamos estar ingiriendo cuando nos sentimos ansiosos y cómo, paradójicamente, podrían estar jugando en contra de nuestra tranquilidad.
Nos encontramos ante un fenómeno interesante, donde ciertos alimentos, que solemos consumir intentando atenuar los efectos de la ansiedad, podrían estar exacerbando, sin que seamos conscientes, este estado emocional. Asimismo, existen sustancias en nuestros alimentos habituales que, sin ostentar una notoriedad de tranquilizantes, podrían ser más beneficiosas en la gestión de la ansiedad de lo que imaginamos. A continuación, exploraremos no solo qué comes cuando estás ansioso, sino también qué deberías evitar y qué alternativas podrías considerar para fomentar una mayor serenidad.
ANSIOSO: CUANDO EL CONFORT SE CONVIERTE EN DISCONFORT
Hablamos de alimentos reconfortantes como aquellos a los que recurrimos en busca de consuelo emocional. La comida con alto contenido de grasas, azúcares y carbohidratos suelen encabezar esta lista. Estos incluyen desde el clásico helado hasta las galletas y chocolatinas, pasando por platos más elaborados como lasañas o pizzas. La ciencia detrás de este fenómeno es clara: estos alimentos disparan la liberación de serotonina, un neurotransmisor asociado con la sensación de bienestar. Sin embargo, este placer es efímero y viene seguido de un ‘bajón’ que puede incrementar la ansiedad.
Otra cara de la moneda la representan las bebidas estimulantes. El café, refrescos de cola y las bebidas energéticas, por ejemplo, son ricos en cafeína, una sustancia que, a pesar de sus beneficios en la mejora de la concentración y la reducción de la fatiga, también puede causar nerviosismo y aumentar la ansiedad en personas susceptibles. Es un circuito vicioso: consumimos estos productos para sentirnos más alerta, pero a cambio obtenemos una mayor agitación.
LOS ALIMENTOS QUE SE ESCONDEN EN TU DESPENSA
¿Alguna vez has considerado las implicaciones de ese tentempié nocturno o ese snack de media tarde en tu estado emocional? Tal vez sea hora de hacerlo. Los alimentos ultraprocesados, llenos de aditivos y conservantes, pueden tener un impacto directo en nuestra psique. Y es que, muchos de estos aditivos, como los potenciadores del sabor del tipo glutamato monosódico o ciertos colorantes y conservantes, han sido vinculados en estudios con un incremento en los síntomas de ansiedad.
Además, el consumo de alcohol, que socialmente se asocia con la relajación, en realidad puede desencadenar reacciones de ansiedad cuando su efecto sedante desaparece. El alcohol altera los niveles de serotonina y otros neurotransmisores en el cerebro, lo que puede empeorar la ansiedad. Y no olvidemos esos alimentos ricos en sal, que pueden contribuir a una mayor retención de líquidos e hipertensión, factores que indudablemente pueden añadir más tensión a nuestro cuerpo y mente.
LA DIETA DEL EQUILIBRIO EMOCIONAL
Hay un refrán que dice: «Somos lo que comemos», y esto nunca es más certero que cuando hablamos de nuestra salud emocional. Una alimentación balanceada rica en verduras, frutas, legumbres, pescado y nueces puede obrar maravillas. El omega-3, por ejemplo, presente en pescados grasos como el salmón, así como en las nueces y semillas de chía, ha mostrado propiedades antiinflamatorias y la capacidad de fomentar un cerebro saludable, lo que podría reducir la ansiedad.
Asimismo, los alimentos fermentados, tales como el yogur o el kéfir, contienen probióticos, beneficiosos para nuestra flora intestinal, la cual se encuentra directamente conectada con el cerebro a través del eje intestino-cerebro. Cuidar de nuestra microbiota intestinal podría traducirse en un mejor manejo del estrés y la ansiedad. Sin embargo, el truco está en el equilibrio: una dieta variada y moderada, combinada con un estilo de vida activo y una buena gestión del estrés pueden ser la llave para mantener a raya los síntomas ansiosos.
EL COLOR DEL APETITO EMOCIONAL
El impacto de los colores en nuestros hábitos alimentarios es un área de estudio fascinante que merece nuestra atención. Los tonos vibrantes de frutas y verduras no solo son un festín visual sino que también son indicadores de una rica presencia de fitonutrientes, los cuales poseen propiedades antioxidantes y terapéuticas. Sin embargo, la industria alimentaria a menudo utiliza colorantes artificiales para emular esta paleta natural, intentando hacer que lo menos saludable parezca más atractivo y estimulando así, un apetito emocional que no siempre conduce a la mejor elección nutricional.
Por ejemplo, el color rojo se asocia con la excitación y el apetito, lo cual podría explicar la proliferación de este color en la publicidad y el empaquetado de comestibles no siempre saludables. Tomar conciencia de estos estímulos subliminales puede ayudarnos a hacer elecciones más conscientes y centrarnos en la sustancia nutritiva de los alimentos más que en su estética mejorada artificialmente.
EL PODER DE LA SINCRONÍA ALIMENTICIA
Consideremos ahora la importancia de la sincronía en nuestra alimentación, que va más allá de los meros componentes de nuestra dieta. La crono nutrición es un campo que estudia cómo el tiempo y la regularidad de nuestras comidas interactúan con nuestro reloj biológico. Comer a horas variadas y desordenadas se ha relacionado con un mayor nivel de ansiedad y estrés, mientras que establecer un horario regular puede ayudar a regular el ritmo circadiano y, por ende, a mejorar nuestro estado anímico.
Conseguir una sintonía con los ciclos naturales del cuerpo humano requiere una disciplina que a menudo se ve saboteada por estilos de vida ajetreados. No obstante, implementar pequeños cambios, como establecer horarios fijos para las comidas o evitar comer tarde en la noche, puede marcar una diferencia sustancial en cómo nos sentimos física y emocionalmente.
LA INFLUENCIA DEL ENTORNO EN LA ANSIEDAD ALIMENTARIA
El entorno en el que comemos influye significativamente en nuestra experiencia culinaria y en cómo nuestro cuerpo reacciona al alimento. Un ambiente tenso o distraído, como comer frente a pantallas electrónicas o en medio del caos, puede llevar a un estado ansioso, lo cual no solo afecta nuestra digestión sino también la relación con los alimentos que consumimos. Comer con plena conciencia, por otro lado, permite que nos centremos en los sabores, texturas y aromas de nuestra comida, promoviendo así la saciedad y reduciendo la posibilidad de comer en exceso.
Dichas prácticas de mindfulness aplicadas a la alimentación tienen como fin último restaurar la conexión entre el cuerpo y la mente, enseñando a escuchar y respetar las señales de hambre y saciedad, y reduciendo las respuestas impulsivas y ansiosas que conducen a elecciones alimenticias desafortunadas.
Expandiendo así este universo emocional de nuestro consumo alimenticio, hemos abordado nuevas aristas que complementan y enriquecen nuestro entendimiento sobre qué alimentos ‘tranquilos’ podríamos estar ingiriendo cuando nos sentimos ansiosos y por qué deberíamos evitarlos. Es nuestro deseo que este recorrido por las múltiples dimensiones que atañen al vínculo entre la alimentación y las emociones te haya provisto de una perspectiva más amplia y herramientas prácticas para embestir esa marea de ansiedad con sabiduría y discernimiento en tus próximas elecciones en la cocina y más allá. Con cada bocado, se presenta la oportunidad de nutrir no solo nuestro cuerpo, sino también nuestra paz interior.