Hay dos dimensiones de la agresión relacionada con la sexualidad: la agresión constructiva, que resulta de la búsqueda de una meta, y la agresión dirigida a infligir sufrimiento. Se trata entonces de prácticas con diversos grados de agresión, desde contactos en tándem con elementos de un juego sadomasoquista hasta delitos sexuales violentos.
Agresión constructiva durante el sexo
Una de las perspectivas de mirar la relación entre agresión y sexo es el reconocimiento del comportamiento agresivo como un elemento natural de la sexualidad humana, que, además del aspecto de sensibilidad, también está asociado con superar obstáculos y buscar satisfacer deseos.
En este enfoque, la agresión constructiva es un elemento inseparable de la sexualidad madura. Esta no está orientada a infligir sufrimiento, sino que complementa el amor, el segundo aspecto de la sexualidad humana. Sólo la combinación de ambas dimensiones da la oportunidad de alcanzar la satisfacción de la vida sexual, a partir de una relación con un ser querido.
De acuerdo con algunas teorías del desarrollo psicosexual, en los niños antes de la adolescencia, la ternura y la agresión permanecen separadas: las niñas solo reconocen la dimensión amorosa de una relación con un hombre, mientras que los niños están dominados por la dimensión de la agresión: vulgarizan el sexo y ven solo un elemento de fisicalidad en él.
En el curso del desarrollo, estos dos aspectos deben fusionarse. Si esto no ocurre, el varón adulto asocia la sexualidad únicamente a la satisfacción del deseo sexual, brutalidad entendida en sentido amplio, que conduce a la cosificación de la pareja sexual en la búsqueda del placer sexual.
Las mujeres, por otro lado, tienen problemas para aceptar la dimensión física de una relación amorosa. Sucede que eligen hombres buenos, cariñosos, pero completamente poco atractivos sexualmente como sus compañeros de vida.
En el contacto sexual, la necesidad de un comportamiento abusivo no es anormal, por ejemplo, sostener el cuerpo de la pareja en un abrazo, presionarlo, morderlo, chuparlo. Estas formas leves de comportamiento no reflejan una necesidad sadomasoquista, sino que son un elemento común de los actos sexuales.
Agresión, violencia e infligir dolor durante las relaciones sexuales
Las personas con tendencias sádicas obtienen satisfacción de infligir dolor, hacer sufrir a los demás, pero no solo porque para algunos es importante humillar a su pareja o dominarla, no necesariamente causándole dolor físico.
Las investigaciones muestran que en las prácticas sadomasoquistas se trata de sumisión y dominación más que de dolor, pero se ha comprobado que las personas con este tipo de inclinaciones son ciertamente capaces de experimentar excitación sexual mientras causan o experimentan sufrimiento, lo que diferencia a este grupo de los no sadomasoquistas.
Una de las formas de satisfacer este tipo de necesidades sexuales son las prácticas de BDSM (bondage, disciplina, sadismo y masoquismo), que consisten en recrear comportamientos acordes a un determinado escenario en el que una persona domina a la otra, haciéndola sufrir o humillándola, lo cual suele ser asociado con la sujeción del cuerpo.
Un elemento importante de este tipo de práctica es el consentimiento mutuo y la aplicación de reglas que brindan a los participantes límites seguros para experimentar violencia en la cama.
Las personas con tendencias sadomasoquistas también obtienen satisfacción de contactos que no proceden de la manera ritualizada típica del BDSM, sino que consisten en incorporar elementos violentos al contacto sexual tradicional. Esto puede tomar varias formas de severidad, como atar las manos, aplicar presión que cause dolor, sacudidas, asfixia, azotes, bofetadas, etc.
El sadomasoquismo está asociado con la fijación en un rol: sádico o masoquista, pero también ambas tendencias pueden ocurrir en una persona, revelándose según la etapa de la vida, las circunstancias externas y las expectativas de la pareja: es el llamado switch, es decir, cambio de roles.
¿De dónde viene la tendencia a ser agresivo durante el sexo?
El comportamiento sádico puede ser el resultado de esforzarse por compensar la baja autoestima funcionando en el papel de una persona con poder, más fuerte, decisiva para el bienestar de otra persona, lo que agrega confianza en sí mismo.
Las personas con baja autoestima suelen experimentar muchos fracasos en su vida, por lo que culpan al entorno, entonces las prácticas sádicas pueden constituir represalias relacionadas con la necesidad de castigar.
En otro mecanismo, el sadismo puede surgir en una persona que ha sido humillada, castigada inapropiadamente durante la infancia y comienza a identificarse con el perpetrador al repetir el comportamiento doloroso.
Una persona que ha sido humillada también puede desarrollar tendencias masoquistas: por un lado, desarrolla resistencia, sufrimiento mental relacionado con la experiencia de violencia y, por otro, está condicionado por tales experiencias.
También puede haber una asociación de amor con dolor (el niño escucha o crea explicaciones por sí mismo: los padres se golpean porque se aman, por ejemplo), por lo que en la edad adulta esa persona provoca situaciones en las que una pareja es agresiva con él.
El castigo corporal es una situación ideal para asociar el sexo con la agresión: azotar a un niño aumenta el suministro de sangre a las zonas erógenas, que se vuelven más reactivas en la situación de experimentar dolor, lo que favorece la formación de ese patrón de estimulación.
Sadomasoquismo: ¿se puede tratar?
Tratar las preferencias sadomasoquistas es sumamente difícil porque afectan a toda la personalidad, no solo a la esfera sexual.
Por lo tanto, en una situación en la que la pareja de tal persona no comparte sus preferencias, lo que un especialista puede proponer es una terapia dirigida a limitar la realización de fantasías e introducir en los contactos con una pareja comportamientos que en cierta medida satisfacen las necesidades sadomasoquistas, pero son aceptables para la otra persona.